miércoles, 5 de diciembre de 2012

La Batalla de El Álamo: una realidad que se niega a prosperar

Maldad, bondad, canallada, crueldad, heroísmo, mucha sangre y acción. Todo esto lo tiene cualquier batalla. Pero los norteamericanos hacen de todo hecho histórico una telenovela o una película de dramón italiano, para beneficio de su comercializada historia.

A los mexicanos la famosa Batalla de El Álamo nunca les ha interesado; ni a los que leen ni a los que no leen. A los que leen porque no es una batalla que se considere "patria"; y a los que no leen porque ni siquiera las importan las que sí lo han sido.

A los norteamericanos, en cambio, les interesa hasta lo más profundo, hasta sacarle el caldo. Primero, porque el norteamericano es un pueblo con una historia muy pobre y muy corta, y la mayor parte de la misma ha tenido relación con atropellos, arrebatos territoriales, invasiones y oportunismos. Y por ende, enriquecer un poco de correcta moralidad sus textos no les vendrá nunca mal.

El Álamo es para los texanos, lo que la Batalla de Puebla para los mexicanos; y para los norteamericanos en común  es un símbolo de igualdad, justicia y libertad. ¿Dónde hemos escuchado antes estas palabras? Claro, en todas partes de la TV, cinematografía e historiografía de Estados Unidos.

Pero la verdad es que fue una batalla corta, peleada con mucha torpeza por los texanos y abuso de fuerza por los mexicanos. La batalla en sí no es muestra de ninguna pieza de inteligencia militar ni excesivo heroísmo o fragor; fue más que nada el sitio impuesto a entre 180 y 210 rebeldes de un régimen, por un ejército acaudillado por el líder de ese régimen; fuerza que llegó mal comida, medianamente armada y muy cansada a pelear a un desierto que mataba de frío. Eso sí: eran muchos más que los sitiados. Antonio López de Santa Anna se presentó a ajusticiar a los culpables y seguidores de la independencia texana, a San Antonio de Béjar, con alrededor de 6 000 hombres entre tropa regular, artillería y caballería.

La batalla final ocurrió el 6 de marzo de 1836. Y decimos final porque los defensores del fuerte de El Álamo (que en realidad fue convertido en fuerte a las prisas) mantuvieron una lucha casa a casa desde Béjar hasta entrar finalmente al fortín para "morir peleando", como dice la leyenda. Cosa que tampoco es del todo cierta. Realmente los defensores esperaban una importante ayuda del ejército de voluntarios y regulares de Samuel Houston, para así rechazar a los mexicanos. Cosa que no sucedió.

Lo que sí sucedió es que la temprana mañana, aún oscura, del 6 de marzo de ese año, los mexicanos asaltaron las posiciones texanas con ataques combinados de artillería y caballería en soporte a las columnas de tropas de fusilería y regulares que en menos de dos horas habían acabado hasta el silencio de los grillos, con los defensores de la pequeña fortaleza.

La fuerza empleada para el desalojo ha sido cuestionada continuamente por los libros de historia, mayormente norteamericanos. Faltaba más. Cruel y bárbara, dicen por lo general los textos. La verdad es que no fue diferente a la que se ha usado en las demás batallas de la historia humana. La única acción que diferencia este evento, según los "indignados" norteamericanos, es que Santa Anna ordenó explícitamente que no deseaba prisioneros. Por cual los únicos sobrevivientes (nunca se han puesto de acuerdo en cuántos fueron, si dos o más), que se encerraron en la capilla -hoy museo y símbolo de la ciudad de San Antonio-, fueron degollados. No fueron fusilados. Fueron degollados. Esta es la acción que los norteamericanos no perdonan a Santa Anna; como si se tratara de una cuestión impensable.

¿Qué tan desnaturalizada fue la orden de Antonio López de Santa Anna, de ordenar el degüello de los sobrevivientes que resultaran del enfrentamiento? Ellos no lo sabían; pero el gobierno mexicano había enviado a Washington una nota de alto enojo contenido en la cual advertía que habiendo evidencia que mercenarios y oportunistas de EE.UU. se hallaban en San Antonio y El Álamo, la orden al ejército nacional mexicano era de victimarlos sumariamente así como a aquellos mexicanos que fueran hallados peleando con ellos.

¿Hay algo de raro en esta amenaza? ¿Hay algo que deba juzgarse como acto bárbaro y brutal? Si habría que juzgarse a alguien, debería ser a los comandantes de Texas, quienes estaban enterados de esto antes de que Santa Anna llegara a San Antonio a librar el combate, y que no se lo dijeran a sus hombres. Los defensores de El Álamo ignoraban dos cosas: que había órdenes de no dejar sobrevivientes y que el ejército de Houston no tenía pensado intervenir. Quizá si lo hubieran sabido, la batalla no habría ocurrido. Pero es justamente en crear mártires que se especializan las naciones como Estados Unidos. La publicidad se vende mejor con drama y rencor que con ninguna otra cosa.

El ejército mexicano aplastó a los defensores de El Álamo. Claro que se defendieron; hubo mucha sangre, muchos gritos de dolor, desesperación; muchos de odio y también de valentía, claro que los hubo. También algunos defensores trataron de escapar al ver que la caída de la posición era inminente; pero fueron masacrados por las tropas de lanceros y dragones mexicanos que se hallaban afuera de la edificación. No hubo piedad. Cierto. Y todos sabían que no la habría porque, revisemos, dentro de El Álamo el 90% de los defensores eran colonos norteamericanos que habían jurado por la constitución mexicana y la bandera mexicanas; es decir, se habían nacionalizado un poco antes; el otro 10% eran algunos mexicanos y mercenarios norteamericanos. En resumen, había prácticamente puros extranjeros y unos cuantos mexicanos que para esas alturas eran considerados ya traidores por el Estado mexicano, al servir como soldados a una nación extranjera (en este caso, al 90% de tropas extranjeras de facto, que se encontraban alineadas a los EE.UU.). Sumariamente, aquellos que sobrevivieran iban a ser ejecutados, o por traidores o por "piratas". Ambas situaciones eran legalmente de cruel pronóstico. Pronóstico que fue advertido por el gobierno mexicano al gobierno norteamericano con antelación a los cruentos hechos. ¿En dónde está la bajeza cometida por los mexicanos?

Los comandantes dentro de El Álamo tuvieron una participación tan irregular, que es motivo de controversia. Tanto William Travis, como James Bowie como David Crockett no han recibido jamás el 100% de verdades o mentiras de los investigadores. Esto quizá se deba a algo que a los norteamericanos no les agrada ni tantito: que los únicos documentos que sirven como base para saber qué pasó realmente fueron realizados por los mexicanos. Eso es de esperarse, los únicos sobrevivientes fueron mexicanos; y de ellos los únicos que sabían leer y escribir eran a lo sumo oficiales del ejército vencedor. Todas las crónicas provienen, porque sólo así puede ser, de mexicanos. Como es natural, hay cosas que se exponen en esos textos, que no le conviene a los texanos, o bien, a los Estados Unidos, que sean conocidas en su justa realidad o dimensión. Tal vez la dimensión tampoco sea correcta; pero de que se acerca más a los hechos como fueron, es innegable. 

Esta apropiación de la historia de El Álamo por los mexicanos, ha hecho que los EE.UU. indagaran sus propios rastros. Y de esta historia a la texana salieron los mitos de Crockett, Travis y Bowie. Y las historias de cine que han llegado a las pantallas de México como una curiosidad irónica de la misma historia: norteamericanos engañando a los mexicanos con su visión de la historia misma sobre un hecho de su misma historia; y que a final de cuentas los mexicanos no entienden, para desazón de los intentos extranjeros. Tremendo.

Pero no tanto como los acontecimientos internos del fortín cuando cayó en manos de Santa Anna. Porque ni siquiera se trató de un tema de defensa hasta el último hombre en medio de gallardía y coraje. El Álamo cayó por la simple razón que los mexicanos tuvieron una ventaja antes de la batalla, y varias durante ella: primero, su artillería era superior en número y calidad; segundo, dos partes de la fortaleza estaban mediocremente preparadas para la defensa; tercero, parte de los defensores estaban enfermos, otra parte no tenía experiencia en batalla, y finalmente el fuerte en sí no estaba diseñado para un asalto a plomo y fuego del calibre que se les vino encima. Algo que no pudo ver James Bowie, a quien la "crónica santa" de Estados Unidos retrata como a quien enbayonetan varios soldados enemigos mientras él se defiende con firmeza. A menos que hayan sacado el cadáver de Bowie del depósito donde estaba, no hay otra explicación a que lo mataran a bayoneta limpia, pues había muerto poco antes del asalto mexicano.

La suerte de Crockett es asunto de escándalo de niveles religiosos, ya que es una reliquia moral y civil para los estadounidenses "amantes de la libertad". Ciertamente hay varias versiones de la muerte de Crockett, quien deben saber era una persona interesada por asuntos de empresa personal, financiera y política, en que Texas se liberara de México.¿Cómo terminó sitiado en El Álamo? No se sabe con exactitud. Pero sí se ha tratado de inquirir cómo falleció: ¿fue fusilado? ¿degollado? ¿murió en el curso de la batalla? ¿estalló el polvorín con él dentro? Nadie se ha puesto de acuerdo. Pero mucho menos los norteamericanos. Algunos mexicanos han insistido en que fue capturado, y ejecutado sumariamente con cinco hombres más. Unos añaden que rogó por su vida; otros, que ni siquiera le dieron tiempo de eso. Esto, es impensable para los norteamericanos, que han hecho de su leyenda una  fantasía versión aventura bélica. En realidad poco se sabe de Crockett al final de la batalla. Ninguna relación sobre su caída es fiable. Pero sí que Travis fue de los primeros en caer, merced de una descarga en el rostro. Sea como sea, todos los cadáveres de los rebeldes de El Álamo fueron incinerados, como sombrío testimonio de lo inaceptable que resultaba ser no sólo un traidor sino un oportunista y un desagradecido.

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