Vivo en México, un país que se ha destacado a nivel internacional, con todos los recursos de la fama, por su informalidad y la liviandad en el compromiso. Un gran subproducto de esto es la costumbre de llegar tarde; ya sea por hacerse el importante o simplemente por hábito.
El mexicano es un gran hacedor y sostenedor de incumplimientos: no pagar a tiempo, no hacer las tareas en tiempo y forma, decir que va a hacer algo mañana y luego mañana y así repetidamente. Entre muchos otros. Pero el gran vicio de los mexicanos, su gran anti proeza es llegar tarde. No todos tienen esta actitud, afortunadamente.
Pero yo, encima de que vivo en México, vivo en una ciudad del sureste del país en el que llegar tarde no sólo se ha hecho un arte, sino un deporte; es decir, vivo en el lugar ideal en el que este vicio de conducta se ha hecho extremo, profundo y arraigado.
La ciudad es pequeña, mucho; y por ello es que gran parte de las personas argumentan inconscientemente que no pasa nada si se te retrasas un poco. En esta ciudad igual parece que este adverbio funciona con otras reglas y dimensiones. La última vez que tuve qué esperar "poco" a una persona, lo hice por espacio de 1 hora. Y esta es de las que llegan "poco tarde".
Lo más emocionante es escuchar las justificaciones: las hay desde teatrales (me pasó algo impensable, no tienes idea, de esas cosas que ocurren una vez cada 100 años), hasta las dramáticas (hubo un accidente en mi casa; muy feo...). Pero mi favorita es la justificación que no intenta ni ser una justificación pero sí todo lo contrario, es decir, la cínica. Esta, es una de las más representativas de donde vivo, y es tan abrumadora que por sí misma merece entre el aplauso y el desconcierto: "Es que se me olvidó la hora".
Hace días fui testigo presencial de un caso así. La cuestión es que yo vivo en un departamento rentado, y la dueña del edificio está construyendo otros a un lado. Citó al "maestro albañil", como se los conoce, a las 9 de la mañana; pero el señor llegó con una sonrisa majestuosa a las 11, sin ningún atisbo de vergüenza, pena o, al menos, preocupación. Flagrante como una bandera.
"¿Por qué tardó tanto? Ya me iba...", le expuso la señora... Y con la impiedad que caracteriza a toda respuesta de naturaleza cínica, vino la no justificación que a la vez "la juega" de justificante: "Es que se me olvidó, seño... No me acordaba de la hora...". Contundente. Un tubazo a toda capacidad de respuesta.
Bueno, al "maestro" lo regresaron a su casa, dado que la mujer tenía que cumplir con otras obligaciones, y se quedó en que entonces se verían para el otro día, a las 10 a.m. esta vez; no quiso ser "exigente" la señora. Faltaba más... Bajo el aviso de que no llegara tarde de nuevo, porque tenía qué hacer otras cosas, algo que el señor prometió y recontra prometió así sería, es más: que llegaría antes, y que ya "con eso le estaba diciendo todo". Al otro día llegó a las 12 del día. Parece que su cuota es llegar dos horas tarde a la convenida. La explicación de su impuntualidad movió a risa: "Es que tenía otro compromiso..."; así es: un vicio de conducta sobre otro vicio de conducta, algo que causa desde asombro cómico hasta horror social.
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