martes, 24 de julio de 2012


74 millones y medio de personas tiene el Instituto Federal Electoral, registradas en su padrón, a la fecha. De estas, más de 25 millones son menores de 30 años; y más 10 millones son menores de 20.

Para el 2 de julio, sólo votó el 65% del padrón mencionado; esto es, 48 millones 300 mil personas ( algunas decenas de miles más). Y de este 100%, sólo el 35% votó por el PRI, el 65% de los votantes no votaron por el candidato del partido que durante 70 años gobernó México con más desaciertos, torpezas y corrupción que ninguno. Esto significa que el discurso que están dando los representantes de este partido, sobre el "triunfo" de la democracia, es sólo una manera por la cual están queriendo hacer creer que fue algo incontestable y absoluto para crearse "legitimidad".

La forma en la que está organizada la competencia electoral en México, es fallida. Porque Enrique Peña Nieto no es un presidente legítimo. Legal, sí; pero no es legítimo. Si 6.5 de cada 10 votantes no lo quiso como presidente, ¿de qué legitimidad estamos hablando?

México debería instaurar la figura del ballotage para acabar con este "problema", pues lo que causa es que lleguen al poder políticos que no son ganadores de mayoría como debe ser, sino de mayoría relativa. Y esto, democráticamente no es justo.

Lo peor de esto es que el PRI no es digno de confianza. Y basta ver a las figuras que se encuentran en el equipo de Peña Nieto, muchas de las cuales están asociadas directamente a eventos aún recientes como la devastadora crisis de 1995, que arruinó grotescamente al país; es decir, que este futuro presidente tiene en su grupo de colaraboradores a políticos que no debería tener ni por chiste. Eso es lo que la mayoría de los mexicanos no le perdonan al PRI: que se continúe burlando de ellos. Y esta conducta, que los gobiernos priístas, por más que en sus discursos digan otra cosa, no cambian a través de los años, es quizá la que más problemas va a causarle al país nuevamente.

Este gobierno que se viene, tiene dos opciones: o realmente entra en el juego del progreso y la modernidad en democracia, o es víctima de su naturaleza histórica y termina de arruinar las cosas tan estruendosamente, que no es de dudarse que sea un gobierno de conflicto civil y más división social. ¿Prepotencia o racionalidad?

Ojalá que entiendan que estas marchas no son invento de la Izquierda, ni manejos oscuros, porque no es un teatro de acarreados ni de loros repetidores: estas marchas son de verdad, son legítimas, son plenamente reales.

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