De guerra y políticas: ha sido más práctico echarle la culpa a Felipe Calderón de todo el daño del narco.
Una “encantadora” característica ha tenido este sexenio: que se lo crítica por todo. No hay por qué reírse de los muertos
producidos por nuestro narcotráfico; pero tampoco criticarlo todo. Desde la
marimba intelectual del famoso Estado fallido que han querido pegar en la
conciencia popular a fuerza de “palabras inteligentes” (cuando de sobra se sabe
que es el pueblo el que tiene una conciencia volátil), hasta la locura de salir
a gritar todos como “simón dice” que Felipe Calderón tiene la culpa de las
muertes del narco, es que se ve demostrado nuestro tipo de nación: la nación
inconformada aún, inmadura. Nosotros nacimos primero como Estado, recuérdenlo.
Pero no como nación. Y eso queda reflejado en nuestras constantes ganas de
dispararnos solitos a las patas, en criticar todo lo del otro si no te cae
bien, si es el rival en turno o porque algunos nacen siendo loros que sólo
repiten lo de otros sin auxiliarse en la lectura propia.
35 mil muertes ha dejado el combate al narco, en seis años (que no la guerra. No
confundan. Si fuera una guerra habría más, créanlo, pues se entraría en el
auténtico estado de excepción, que también se la dan por mencionarlo intelectuales
trasnochados, periodistas y políticos oportunistas como si fuera cierto y como
si se tratara de ir a la tienda y pedir manzanita peñafiel; aunque sí se
recurra a tácticas y políticas necesarias dentro de la estrategia de combate). 35 mil muertes, y un poco más quizá. Los datos, esos guarismos que nos tratan
como un universo de hormigas, indican que más de 10 mil han sido sicarios, poco
más de 500 civiles inocentes; alrededor de 300, soldados de todas las Armas;
y repartidos en esa romería de cadáveres
700 más, encontrándose políticos, mediadores, abogados, alcaldes, etc. No
dejemos atrás a 60 periodistas y unas centenas más de policías y agentes
ministeriales. 35 mil muertes en 6 años.
Es horrenda la cifra, por supuesto; pero el error más generalizado en el
que se incurre es el de usarlas, es decir, el de mencionarlas con un afán que
no logra cristalizar en la sensibilidad que requiere este conflicto que mata
más gente que los que mata el terrorismo integrista en Irak o Afganistán. No se
deben usar para culpar a una política ni a una estrategia de Estado que sólo
combate con una rigurosidad no vista antes un mal que de verdad es amenazante.
La cuestión no pasa por expresiones como “intervención a favor” o
“comprensión” a este gobierno, sino al análisis más objetivo posible de esta
realidad. El narco, así como en sus facetas más acabadas de redención popular
distribuye recursos a comunidades y pueblos enteros, casi-casi a nivel de
santos financieros, también lo que hace es pelear entre sí por el control de
sus zonas, por la defensa de las mismas, porque es una mafia en el más estricto
sentido. Entiéndase que gran parte de las bajas del narco en este país, son del
mismo narco. Esas cifras existirían aún sin la intervención del Gobierno
Federal, estatal o municipal; quizá fueran menores dado que la misma presión
bélica de las Fuerzas Armadas, actualmente apresura las operaciones internas de
las organizaciones criminales y psicotiza sus acciones. Pero no son bajas
producidas en su mayor parte por las fuerzas armadas del gobierno de Felipe
Calderón.
De las 35 mil bajas, menos de 500 han sido civiles. Engarzados están,
como se observó, otros hechos fatídicos como: venganzas contra funcionarios y
policías, mandos medios y políticos; en una serie de acciones efecto del mismo
sentido de “guerra” con que se connota al enfrentamiento entre el Gobierno
Federal y los grupos criminales. Imposible resulta que no haya bajas inocentes
en un conflicto de tal magnitud. Y otras no tan inocentes. Y otras, nada
inocentes.
Sí, 21 mil soldados han sido mandados a las calles, sobre todo a las de
Chihuahua, Estado que alberga al 30% de todos los elementos que la SEDENA, la
Marina Armada de México y la FAM han mandado para “combatir a los malos”. 21
mil soldados con armas bastante garantes de que más narcos morirán, a pesar de
sus AK-47, AR-15, Barret .50 y M-82, ya que queda igual para este guiso de
“numbers” que la correlación de bajas entres ambas fuerzas favorece al ejército
nacional en una diferencia de 1 a 40. Es decir, no, no hay en esta correlación
una guerra perdida contra el narco. Pero un dato es un dato. Los más pesimistas
esperarían una andanada de datos con
todo y su cajita feliz.
Una cosa igual es cierta, la potencia de fuego de estos criminales es
bastante, bastante, bastante pesada, como para responder a cualquier ataque, de
cualquier agresor. Sus arsenales, cada vez más expuestos en los medios (pero no
completamente, aguas, hay que cuidar que los ojos del lector o televidente no
lloren de más), demuestran un poder de fuego contestatario, que ya quisieran
ejércitos como el croata, el belga o el mismísimo ejército italiano. Y es que
al narco lo provee, tristemente, el mismo país que es la gran causa de estos
males: EE.UU. y sus ávidos consumidores de todo tipo de estupefacientes.
Según más cifras, tan sólo en la frontera, esa inmensa frontera que
separa “adriánicamente” a un país de otro (aunque ya haya tantos mexicanos “del
otro lado” como en todo el D.F.), se pueden encontrar más de 5 mil negocios o empresas
fragmentadas al modo de “cría”, que se dedican a vender armas al por mayor sin
ningún control (gracias también a que otra eminencia gris de este aún mundo
bipolar -psiquiátricamente hablando-, apellidado Bush y nombrado George regresó
al votante norteamericano la capacidad de comprar cuanta arma y munición
quieran, total… A pesar de que Bill Clinton restringió la nefasta 2ª Enmienda
tras los asesinatos de la Secundaria Columbine en ese trágico 20 de abril de
1999). De ahí a que esas armas “salten” para aquí, pues qué problema tiene,
sabiendo que la corrupción e inoperancia de nuestros funcionarios (sexenios han
ido y venido y la carne sigue siendo débil) agiliza toda operación al respecto.
En estos términos, se calcula que por esa frontera entrarían 2 000 armas
diarias (muy lindo), lo cual mediante una simple multiplicación nos llevaría a
un cifra escandalosa de más de 700 mil aparatos mortíferos de esa clase al año.
Pero, atención, muchos de ellos también pasan de a “hormiguita”: en bolsos de
mano, guanteras, baúles, en fin, un carnaval.
Cuando el presidente de este país, Felipe Calderón, fue a plantarse al
Congreso de Estados Unidos, y acomodándose la corbata agarró valor para
decirles a los “gringos” que ya “chole” con tanto drogadicto y que reconozcan
que ellos son los que le han dado patas al diablo, y encima armas, pues
bastantes de estas personas (a las que generalmente tampoco les importa el
pueblo en sus aspectos más generales) se sintieron apenadas. Y es que no
descubrió nada nuestro presidente; pero sí fue el primero en ir a decírselo al
culpable. La reacción de los norteamericanos no fue tan baja de calorías
tampoco, pero sí llamativa: por fin en decenas de años, reconocieron que sus
compatriotas consumidores eran los culpables de que México se hubiera
convertido en un burgo gigante de drogas afuera del majestuoso castillo, y por
supuesto en un infierno de balas y asesinatos entre grupos y sus tristemente
célebres sicarios, gran parte de los cuales no rebasan los 20 años de edad. De
hecho, del total de narcotraficantes muertos, el 30% tenía menos de 25 años
cumplidos.
Explicado lo anterior, se estima que hasta el 2009, había 17 millones de
armas ilegales en el país, mismas que han estado entrando desde los años ´90 de
esos remanentes que estuvieron en servicio durante los combates a la guerrilla
de Centroamérica y otras más por el mundo. Porque los EE.UU. viven y comen de
eso (y mucho): de vender armas a otros para matarse entre ellos. Un negocio
donde sí son capos y no moco de pavo. ¿Pues así cómo? ¿El culpable de que
seamos los gerentes de los estupefacientes en estos lares, no sólo nos arruina
la vida sino nos da las armas? Lo peor es esto: el gobierno de México sólo ha
podido decomisar 17 mil de ellas en el sexenio.
Sin embargo, las personas se indignan a diestra y siniestra. La crítica
se vuelve tan ciega que se ha llegado a escuchar argumentos más absurdos que
tratar de hacer física cuántica con un ábaco: que antes estábamos mejor, que
Felipe Calderón es el presidente de la violencia, el presidente de la muerte…
Regresemos al concepto del Estado fallido, y pensemos en nuestros compatriotas
que viven inmersos en un mundo crudo y duro; Estados donde en verdad se sale a
la calle y quizá no se regrese a casa; sí. Estados como Tamaulipas, Chihuahua,
Coahuila, Nuevo León, Michoacán... Y tengamos un poco de respeto. No usemos
esas “creaciones ideológicas" para ensuciar más el contexto. Es un
tremendo error de los países que carecen de autocrítica: todo lo politizamos,
es decir, el que está en el poder tiene la culpa de todo; y si yo no estoy en
el poder, más la tiene. O sea… acudamos mejor al prozac y colaboremos con esta
absurdez drogándonos igual, ¿no?
Hay que entender que el Gobierno Federal no inventó el narco; el
Gobierno Federal no trajo el narco a México; entender que las muertes del
narco, son mayormente entre el narco. Y que el fenómeno se creó a sí mismo,
porque responde a las mismas expectativas de cualquier mercado común de bienes
y servicios, donde la oferta se crea a razón de la demanda; si la demanda
crece, la oferta crece. Y estamos ante una situación en la cual EE.UU. es el
hogar de 35 millones de consumidores netos de estupefacientes, en un universo
de 320 millones de consumidores en este bendito, maldito, y ambas cosas, mundo.
Tan sólo Canadá tiene unos 9 millones de
consumidores netos (y eso que no se cuentan los que consumen parcialmente).
Este escenario de morfinómanos, cocainómanos, marihuanos, opiómanos, y
demás proletariado y burguesía enajenada por drogas, deja a la organizaciones
narcotraficantes entre 400 y 320 mil millones de dólares al año, en ingresos
netos por los que no pasó báscula ningún tipo de fisco y donde el trabajo se
paga bajo el mercado del absoluto patronazgo a la “medieval”. Fíjense en la
absorbente cifra: 400 mil millones de dólares al año; es decir, sólo algunas
decenas de países a nivel mundial superan eso con su P.I.B. Nuestro país, que
ya está por llegar a los 900 mil millones de dólares en este índice, es de
aquellos cuyo propio narco es capaz de desestabilizarlo tan sólo con sus
recursos económicos.
Haciendo uso de más números, se estima según la propia SPP, que
México ingresa por el producto de las
ventas de estupefacientes 8 mil 780 millones de dólares, que equivale al 10%
del comercio de drogas en todo Norte y Centroamérica. La ganancia total de la
región es escalofriante: 82 mil millones de dólares, la cuarta parte a nivel
mundial. 9 mil millones para Canadá, 64 mil para los yunaited esteits, 8 mil
para México, por portarse bien, y el resto para Centroamérica. Qué dineral.
Pero la novela acelera y se pone más “choncha” mientras más avanza en
sus últimos capítulos: se estima que, dado que el comercio dentro de los EE.UU.
es mayormente, si no hasta el grado de supremacía, dominado por los cárteles
mexicanos, el dinero que “vuelve” a casa luego de que las operaciones de venta
han sido resueltas, asciende hasta casi 40 mil millones de dólares, aunque
según el senador Santiago Creel, 49 mil millones son los dólares que gana el
narco cada año en México. Es decir, superior al P.I.B. de naciones como
Uruguay.
Y es que analicemos un poco cómo funciona este mercado, que sería la
envidia de cualquier economista –técnicamente hablando-, y donde el consumidor
mantiene una inalterable preferencia y donde los precios suben en vez de bajar.
Usemos sólo el ejemplo de la coca, cuyo tránsito empezó a ser dominado por los
grupos colombianos allá en los lejanos años ´70, y cuyo fin a mediados de los
´90, más el engrosado apoyo económico a las fuerzas de costa y fronteras de
EE.UU., los debilitó a tal grado que la estafeta pasó trágicamente a los
mexicanos.
En Colombia, Perú o Bolivia, cada kilo de coca se paga entre los 500 y
los mil dólares, directamente al campesino. Los grupos que “cocinan”,
“industrializan”, “tratan” la coca para su venta, la revenden hasta obtenerse 6
veces más ganancias en el trayecto; trayecto cuya ruta no siendo posible ya por
el Caribe (dado que por mar, es más fácil que entre un rico al reino de los
cielos que un kilo de coca a EE.UU.) pues tiene como destino este hermoso y
singular país. Una vez aquí, ese kilo de coca se aprecia hasta venderse a 12
500 dólares, y los mexicanos se encargan de sacarle más provecho y lo venden
tres veces más caro a los yunaited estaits. Cuando llega a las calles de
Estados Unidos, ese kilo de droga se vende a la impresionante cantidad de 100
mil dólares. Este mercado sí deja la boca abierta y no el del chile habanero ni
el de la odontología. Por eso todos los grupos criminales que se dedican a él,
se matan por conservarlo, controlarlo o, algunos más ambiciosos, quedárselo
completito. Y de ahí volvemos a las muertes que llora México, gran parte de las
cuales han sido, y seguirán siendo, altísimas en cuanto a asesinatos por
razones diversas y a enfrentamientos por
cielo, mar y aire mientras la potencia financiera y la masa “laboral” de esta
maquinaria criminal del narco mantenga su tendencia a la alza.
Insistamos, el Gobierno Federal, y las instituciones, las familias
decentes mexicanas, los hombres de bien y mujeres de bien, no inventamos el
narco, ni trajimos la guerra. Lo que el Gobierno Federal ha hecho, es combatir
como ha podido a estos grupos; pero los resultados no son ciertamente muy
importantes. Así, si se asiste a decomisos de cargamentos, de armas, de dinero,
y a meter en el “tambo” a los “malos”, comparado con lo que anualmente tiene en
sus manos la criminalidad narcotraficante, es poco, demasiado poco. Si bien la
SEDENA anuncia que ha encerrado a 32 mil maleantes y criminales relacionados
con el narco, EE.UU. presume que la cifra posible de gente que trabaja para
este “sistema” criminal es de alrededor de 150 mil personas, no se sabe si
exceptuando campesinos a su servicio. Si bien se han decomisado miles de
toneladas de yerba y anfetaminas en este sexenio, se estima que el 70% sigue su
camino, con la resultante que ocasionará, que es subir de precio.
Por eso no dejan de sorprender declaraciones que van desde personas
serias (supuestamente instruidas) a personajes de la política y la misma
intelectualidad, donde se critica todo y donde se indica que la culpa de esto
es de un gobierno, que la política es errónea, alcanzándose a elevar la apuesta
para decirse que antes esto no ocurría, y que los futuros gobiernos lo harán
mejor; seguramente. Quizá antes ocurría (en menor grado, dado que la fuerza
económica de estas agrupaciones era menor) porque los medios de comunicación
tenían expresamente “aconsejado” qué tipos de noticias publicarse ya que,
pues… ojos que no ven… votantes que no sienten. ¿O se es muy mal pensado?
Lo que sí es digno de pensarse es ¿adónde nos está llevando el
crecimiento del narcotráfico? Sus negocios son prósperos y generosos: en extensas
regiones del país dominan a su antojo y ya ni el ejército entra. Numerosos
pueblos y personas de esas zonas los ven como sus mismos protectores de “raza y
origen”; a varios narcos victimados por “el gobierno” hasta los han declarado
santos, producto de nuestra misma cultura original que suele terminar en
ejemplos de sincretismo religioso desde lo más chabacano a lo más aberrante. Y sí, con altar, procesiones, rezos, día celebrativo y todo.
El narco indudablemente ha sido un catalizador de las reivindicaciones
populares en muchas partes. Y más
allá, es no sólo un “protector generoso”,
sino un inversionista en todo rubro: desde tortillerías hasta empresas de
cosméticos. Se tiene la sospecha incluso sobre su grado de participación en la
“moderna” industria de la música. Y no porque sólo se sospeche, sino porque
sería “sospechosamente sospechoso” que no sea parte del lavado de dinero. Se
supone hasta ingenuo creerse que no, pues.
Esta marcha irrefrenable ha convertido al dinero del narcotráfico en la
segunda fuente de ingresos del país, sólo detrás de las remesas que nuestros
compatriotas honestos hacen llegar desde “el otro lado”, y encima de ingresos
como el de las ventas del petróleo o el turismo, colaborando así en la
multiplicación de la riqueza. De esta manera, incluso siendo su colaboración
financiera lo más “silvestre” posible, a decir de sus donativos a los pueblos y
regiones de donde son originarios muchos capos, el dinero que mueve el
narcotráfico y que “se hace mover” dentro del sistema financiero mexicano, no
puede despreciarse. Eso convierte a sus organizaciones en un serio
desestabilizador. Y su poder podría aumentar.
Pensar en que el Estado perdió la “guerra” contra el narco es tan
apresurado como pesimista; pero no deja de ser para pensarse, porque ya no se
trata de la intención gubernamental de controlar algo que, al fin y al cabo se
abate entre sí, sino que esta intención sea lo suficientemente fuerte en el
tiempo como para soportar que se alargue. La batalla contra el narco no pasa simplemente
porque civiles caigan en la acción. La intervención del gobierno se da para
proteger a los civiles de estos grupos que se “cazan” entre sí, en un cuadro de
una “guerra” dentro de otra; no para salir a matar narcos. Las víctimas de esta
infame batalla ocurren dentro de la delincuencia y gran parte de ellas por la
delincuencia. Culpar al gobierno de Calderón es una tontería, pues se está
empleando una política anticrimen, propia de un Estado que sufre del
crecimiento y expansión de un fenómeno delictivo difícil de contener a la
primera, y quizá ni a la segunda… Y
quizá ni a la tercera.
Conviene más preguntar qué pasará si esto se extiende. El narco no se va
a rendir; a cada golpe a su economía va a reaccionar vengando, y el precio de
los estupefacientes va a cobrar su venganza por sí solo subiendo, reactivándose
un círculo de más ingreso de dinero, más capacidad de compra de armas, para
reclutar a hijos de nadie, a cuasi marginados, para corromper programas de
justicia y sabotear otros. ¿Qué pasará? Para el análisis hay que hacer varios
paréntesis, y uno de ellos es inminentemente económico: ¿Cuánto gasta el Estado
de México en su lucha anticrimen, y cuánto tiene el narco para poner sobre la
mesa?
Para el año 2009, el presupuesto asignado al gasto en el rubro de
“orden, seguridad y justicia” era de 5 100 millones de dólares. La Iniciativa
Mérida, a su vez (ese apoyo “patito” que se instrumentó para evitar estar
contestando quejas de los molestos mexicanos a cada rato), presenta un aporte
de 1 200 millones de dólares para la lucha antinarco; pero en abonos chiquitos,
no se alegren antes de romper la piñata.
A eso, sumen (con dedos y todo), que el Congreso de la Unión autorizó
para la SEDENA 13 mil 300 millones de pesos este año (1 200 millones de
dólares).Wow, como dicen en los chats. No vale la pena ver cuánto se otorgó a
las policías menores, como las estatales. ¿De cuánto dinero hizo la SEDENA uso
en el año 2010, para compra de armas y modernización de los cuerpos?: 3 mil
millones de pesos (272 millones de dólares). Aunado a esto, 21 mil efectivos militares,
y la cifra de contratos aumentaría en 2011 a 10 mil más.
Del otro lado de la contienda están las agrupaciones narcotraficantes,
que si bien no son un cuerpo homogéneo de lucha, su orientación las hace
desviar gran parte de sus recursos a sostener sus posiciones contra sus dos
rivales a muerte: los otros cárteles y las Fuerzas Armadas de México. A su
favor, una ingente cantidad de dólares, administrada sin obstáculos fiscales ni
monetarios, excepto los devaluatorios (que ni hace falta porque están llenos de
divisas).
Estos grupos criminales, teniendo en cuenta que su “sistema” es más
pequeño y compacto, y que la clandestinidad y
costos organizacionales les otorgan ventajas, les pueden hacer la vida
difícil al ejército y marina del país, aún a costa de pérdidas importantes pero
constantemente recuperables. Los casi 8 mil millones de dólares que de todos
lados la nación posee para contenerlos, dan por resultado un contexto de
pronóstico gris, o para algunos oscuro, teniendo en cuenta que el narco tiene
en sus bolsillos 40 mil millones de dólares, de los cuales, tras sacar sus
propias partidas presupuestales, bien puede destinar a armar a sus hombres
tanto o mejor que nuestros “soldiers”, amén de controlar regiones del país -
como ya se dijo-, lo que les otorga otro plus en su calidad de rival de la
contienda.
Esto, parece más bien como lo ocurrido con los grandes imperios de años
pasados, como el español, para mejor ejemplo; o como esas guerras largas y
tediosas de Europa, como la de los 30 años, en donde uno de los rivales, y en
el mejor de los casos todos, se agotaron, o se les agotaron las monedas hasta
del cochinito. La cuestión de la “guerra” contra el narco en México no pasa por
la política empleada, que es acorde a un plan de contención criminal de estos
alcances y poderío; tampoco pasa por el número de muertos (lamentablemente
alto), aunque esto aumente la idea de que quemar vivas a las personas es una
venganza digna, sino por ver la magnitud del poder del narco y que se está ante
una típica “guerra” de desgaste, con todas su consecuencias psicológicas,
morales, económicas, sociales, políticas y culturales… Y sin que deba ser
culpable de esto el Gobierno Federal en turno.
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