Los bemoles laborales del libre mercado, praxis o dogma
Tras el final de la II Guerra Mundial, los EE.UU. se convirtieron en el primer productor del mundo y su banquero. Su crecimiento estuvo ligado a la destrucción de inmensas zonas geográficas; pero por tratarse del único país "grande" que salió "ileso" en términos económicos de la contienda, hubo una expansión económica renovada que no se detuvo hasta 1970.
- Los trabajadores inmigrantes en Estados Unidos y el fuego cruzado neoliberal.
Tras el final de la II Guerra Mundial, los EE.UU. se convirtieron en el primer productor del mundo y su banquero. Su crecimiento estuvo ligado a la destrucción de inmensas zonas geográficas; pero por tratarse del único país "grande" que salió "ileso" en términos económicos de la contienda, hubo una expansión económica renovada que no se detuvo hasta 1970.
Los primeros mexicanos que se mudaron para allá para tener mejores condiciones de vida; es decir, ese era su motivo, lo hicieron en los años tempranos de 1940, cuando la nación más rica de la Tierra comenzó a requerir mano de obra que afrontará las necesidades laborales que el país no podía. La misma historia, pero con otras causas (se trató de acuerdos de migración legal, firmados en 1942 entre ambos países).
Ahora bien, nadie duda que EE.UU. es una nación con enorme potencial e inundada de abundantes recursos; pero lo que la hace que crezca continuamente es un juego de poleas que le juegan a favor y en contra: por un lado, su práctica armamentista, y por otro su administración de deuda pública. Todo este gasto se destina a alimentar negocios e ingresos a un vastísimo sector económico, en los que están incluidos el campo y los servicios. Ambos, los sectores tradicionales en los que encontró acomodo el inmigrante mexicano.
Actualmente se calcula que el total de latinoamericanos en los Estados Unidos, es de casi 60 millones (legales y no legales), las 3/4 partes de ellos son mexicanos. Y para comprender mejor la magnitud del evento, para 1990, hace apenas 22 años, esta cifra era de sólo 18 millones. Yéndonos más atrás, en 1920, sólo había 500 mil.
La inmigración ilegal, o de carácter subsistencial comenzó a manifestarse con fuerza a partir de los años ´80; compuesta especialmente por un nuevo tipo de trabajador: el de las zonas rurales más pobres. Es decir, entre 1960 y 1970, la composición del emigrante promedio era norteña, el 90% de los trabajadores en EE.UU, provenientes de México, era fronteriza. Esta situación cambió de manera paulatina y dramática a partir de entonces y los contingentes cada vez mayores (se estima que entre 1980 y el año 2010 cruzaron la frontera entre 700 mil y 900 mil mexicanos) se convirtió en un asunto de Estado para la Primera Potencia.
Este comportamiento migratorio no arroja nada extraño si se analiza el mismo en la historia mundial, desde los bárbaros hasta los chinos, el ser humano, por razones de existencia, siempre busca un sitio donde pueda al menos comer bien y vivir mejor. Para esos años, las diferencias entre México y EE.UU. no podían ser tan grandes en sentido económico. La Unión Americana producía 2 billones de dólares y registró un crecimiento anual del 30%, y México, en cambio, raspó apenas los 130 mil millones y perdió un 10% de su PIB. La conducta del migrante, por tanto, se vuelve pertinente ante estos rasgos.
Ahora bien, para los productores norteamericanos la ganancia que ofrece hacerse de trabajadores masivos sin documentos legales resulta una especie de bazar económico. No sólo aumenta cada vez más la oferta sino que los oferentes no se hallan en posición de reclamar nada, por lo tanto el costo de producción se mantiene inalterado a lo largo del tiempo y si ocurriera algún suceso de índole depresiva en las finanzas nacionales, acometer el problema despidiendo o rebajando salarios no afecta a los dueños de las empresas, su rango de ganancias netas es tan amplia a su favor históricamente, que prescindir de parte de sus trabajadores no los matará de hambre; aunque a quien necesita el trabajo sí lo hará.
Se estima que con base en esta demanda laboral masiva desde los años ´80, pudo financiarse el crecimiento exuberante y explosivo de California en una década. Bueno, es errónea esta afirmación, recompongamos: se estima que con base en esta demanda laboral masiva, sin derechos y sin salarios dignos... pudo financiarse el crecimiento exuberante y explosivo de California en una década.
La historia de California es distinta a la del resto de EE.UU., lo mismo que entre todos los Estados de la Costa Oeste, en relación con los demás, por la simple y sencilla razón que estas zonas de crecimiento no pertenecían al área comercial del que sería el país más poderoso del mundo. Primero, California le fue arrebatada a México hasta 1848, lo cual la coloca como una entidad atrasada en términos de integración. Por esta razón, el crecimiento del estado californiano siempre dependió de inmigrantes que tuvieron que atravesar miles de kilómetros, desde los puertos atlánticos, hasta la pequeñas y polvorientas ciudades de San Francisco o San Diego, ex villas fundadas por frailes novohispanos. Esto significa que la infraestructura original, social y económica, era mexicana. La Historia no deja excepciones libres. Desde sus inicios como Estado de la Unión Americana, California nació ligada a México.
La cifra actual de mexicanos y descendientes de mexicanos en esa parte de los Estados Unidos, es avasalladora: 12 millones de estos radican ahí: 1 de cada 3 californianos son del país vecino. Los mexicanos en EE.UU. son los italianos de Argentina en la década de 1920. La diferencia es que Argentina buscó su integración y las autoridades norteamericanas (la mayor parte de ellos), han buscado la forma de evitar esto con los mexicanos. La pregunta es ¿cuál es el problema?
¿Es económico? Desde el punto de vista fiscal, tal vez; desde el punto de vista financiero, no; desde el punto de vista empresarial, mucho menos. Desde el punto de vista sindical, sí pero no.
Expliquemos brevemente el caso de California, porque es por tradición el lugar adonde los mexicanos se dirigen en su escape a los Estados Unidos, amén de que ahora ya están casi en todas partes.
Durante los años ´80 se formó una polémica de tono creciente entre el ala conservadora y el ala política progresista de Norteamérica: unos estimaban que los mexicanos eran una amenaza al trabajo local, ya que quitaban oportunidades laborales a los norteamericanos. El discurso conservador residía en el hecho de que el desempleo en esas épocas les parecía preocupante, y que no podía determinarse un reacomodo de factores si los mexicanos abarataban tanto el precio al ser indocumentados. Pero por otro lado, tampoco deseaban legalizarlos, porque si los legalizaban implicaría tener qué hacerse cargo de ellos otorgándoles servicios de salud y educación (entre otros). Esta postura, cercana a la escuela neoclásica, se mantiene hasta estos días de manera categórica.
Los sindicalistas, por su parte, reclaman que los mexicanos desplazan a los trabajadores de su país, al trabajar bajo condiciones que no les permiten competir en términos de oferta, por lo cual los contratantes de inmigrantes incurren en una suerte de "dumping" laboral, y reclaman que estos trabajadores extranjeros sean controlados, de tal forma que se les dé oportunidad a los nacionales como debe ser, como indican las leyes.
Los progresistas, por su parte, indican que a los trabajadores inmigrantes, no importando su condición legal, no se los puede marginar de los servicios básicos, como la salud, por cuestiones humanitarias, puesto que ellos lo que están haciendo es productivo y de interés nacional. Y que no es verdad que causen distorsiones en el sector del mercado laboral, al grado que argumentan los sindicalistas.
Sin embargo, las cosas se vuelven entre llenas de curiosidad e inquietantes cuando se analiza a fondo tanto la condición del migrante mexicano como lo que le produce a la economía norteamericana, a favor y en contra. Y es en estos puntos donde tanto los economistas neoclásicos como los socialdemócratas no se ponen de acuerdo.
California produce hoy día al año, casi 2 billones de dólares; es decir, el 15% del PNB de los Estados Unidos. Los sectores dominantes son las industrias del entretenimiento, el turismo, la producción de tecnología informática y la minería y agricultura. Esta última, a pesar de la idea generalizada que hay México, sólo produce el 3% del total de la entidad.
California podría ser, si fuera necesario, un país sin problemas, por sí misma. Y de toda su fuerza laboral, la 1/5 parte es mexicana. Una fuerza laboral que no está dedicada a la agricultura, como era normal entre 1970 y 1990, sino que se ha redistribuido a más ocupaciones, básicamente en el área de los servicios. Y prácticamente todos, trabajadores en labores de bajo nivel estructural.
En este nivel queda respondida una de las grandes mentiras de los grupos estadounidenses, la que indica que los mexicanos les quitan el trabajo a los que quieren trabajar nacidos ahí. Lo que es un argumento completamente falso. Los mismos economistas neoclásicos, como Milton Friedman, aseguraron y lo siguen haciendo, que la demanda laboral de Estados Unidos de América, a excepción de tiempos de crisis, no ha dejado de aumentar, debido a que el crecimiento natural del producto bruto va en ascenso. Es decir, la inflación aún no ha mermado el segmento del crecimiento. Por lo tanto, la mano de obra mexicana se puede absorber sin complicaciones y nadie queda parado. Los sindicalistas en este aspecto, no tienen razones sólidas para rechazar al migrante.
Lo que sí es asunto de púas, en la discusión fiscal, que es en sí el meollo de todo esto. Mientras que los demócratas quieren sostener la salud y la educación abierta y subsidiada para los sectores desprotegidos, como los inmigrantes, y abrir la posibilidad de una reforma laboral incluyente (no del todo, pero sí más real con los tiempos), los conservadores, básicamente los monetaristas, se oponen totalmente a ello. El Estado debe renunciar a ese gasto; esa cuota de servicios puede ser prestada sin problemas por las instituciones privadas, explican.
Así es, para los liberales norteamericanos, el trabajador mexicano, a razón, inmigrante, tiene derecho a trabajar, sí; porque el trabajo no se le debe negar a nadie, pero no tiene derecho a recibir servicios públicos básicos del Estado. Es decir, ni él ni ningún trabajador; según su razonamiento, porque la acción individual llevará a los trabajadores a elegir ellos mismos su atención, la mejor que les convenga, por lo cual el mercado se encargará de acomodar las mejores ofertas, puesto que las empresas de servicios básicos, entre otras, se pelearán por recibir esos "jugosos" beneficios que les otorgarán estos trabajadores al contratarlas.
Esto implica, como mencionábamos, no reconocer su legalidad, o lo que es lo mismo, mantenerlos "en negro" como obreros y empleados, para que el Estado no sume más gastos atendiéndolos, y fundamentalmente para que los dueños de las empresas y establecimientos donde trabajan no reduzcan su tasa de ganancia o bien incrementen los precios a función de costos.
Los más progresistas rechazan la idea de tenerlos aún en condiciones de retraso adquisitivo y de atención. Volviendo a California, el Estado ocupa un alto indice de ingresos per cápita; pero si uno observa la diferencia de ingresos por año entre el ciudadano de mejor ingreso y el de peor ingreso, hay una clara desigualdad: en promedio, el nivel de poder adquisitivo más alto ronda los 92 mil dólares; el más bajo, los 5 mil dólares. Abrumador. El 85% de estos últimos, son afroamericanos y latinoamericanos. Por lo cual, no está tan "jalado de los pelos" la postura indignada de los socialdemócratas estadounidenses. Y por lo cual no es de extrañarse que gran parte del apoyo electoral de los mexicanos y sus descendientes sea de manifiesta simpatía por la causa demócrata.
La cuestión radica entonces en una visión de costos: la del costo empresarial contra el costo social. La visión neoclásica pierde de vista que legalizarlos engendraría un costo adicional público, pero resultaría beneficioso a la larga de igual manera en el terreno fiscal. Es decir, lo que por un lado "pagaría" el Estado por cada nuevo inmigrante legalizado en números hacendarios, los ganaría por la vía impositiva. De igual manera, la legalización de los mexicanos permitirían el "blanqueo" de una buena cantidad de dólares y mejoraría la salud y la educación de su fuerza laboral, algo que permite el aumento de la riqueza. ¿En dónde radica la terquedad de no hacerlo? Ahora que, no debemos olvidar que los servicios de salud y educación, según su visión, funcionarían mejor de manera privada. Este criterio, como vimos, incluye tanto a los empleados norteamericanos como a los extranjeros. Si es así, tampoco entraría en colación justificación alguna para no legalizar a los inmigrantes de México, al fin y al cabo serían parte del libre mercado también.
El costo que sufriría el empresario en términos de utilidad, ciertamente se vería afectado al tener que dar cuentas claras al fisco y tener que aumentar los salarios a los empleados extranjeros, amén de contribuir con las cuotas y regalías históricas para la Hacienda gubernamental. Nada que EE.UU. no pueda afrontar. De hecho se trata de una cuestión estructural: gran parte de los trabajadores mexicanos está inserto en pequeños comercios o sembradíos de frutas y hortalizas, ni siquiera puede hablarse que afecte a las grandes cuentas nacionales otorgarles permisos de trabajo. Pero su número es tan grande en términos demográficos, que la sola legalización produciría una "pérdida" de ganancias anual a los contratantes que los tienen "en negro". Pero, ¿realmente sería tan grave esa pérdida? La verdad es que se duda de esto. Es decir, se supone que la tasa de ganancia marginal que dejaría un empleado no legal, basta para cubrir el costo normal que ya de entrada tiene una expectativa excedentaria. O lo que es lo mismo, lo que sucede es que muchos de los empresarios y dueños de las empresas o establecimientos donde trabajan los ilegales, se sienten cómodos ganando más y pagando menos, aunque sea a costa de pagar por debajo de lo justo un trabajo que debería, en términos "humanitarios", ser mucho mayor. Esto se traduce entonces, en que se trata de mezquindad.
Para tener una conclusión lo más indicativa posible: libre mercado y comportamiento de consumo son cosas distintas a legalidad laboral y carga fiscal; que se crucen en el camino y se mezclen es distinto pues no dejan de ser parte de variables económicas, pero en términos laborales, EE.UU. sí puede absorber la mano de obra mexicana laboral, sin problemas. De hecho en cuestión fiscal no habría mayor impacto. Es peor el impacto que genera, hablando de finanzas, tener a los inmigrantes con sus familias, sin papeles, si al fin y al cabo usarán las escuelas y los servicios de salud de una manera u otra, con el costo constante como hasta ahora, que "blanquearlos" y hacerlos sujetos de carga impositiva. Esto es, que EE.UU. ganaría contribuyentes. Por otra parte, los empleadores de mano de obra mexicana, también podrían tenerlos legalizados, sin mayores problemas para sus beneficios. Lo que sucede es que se trata de una cuestión mezquina en el sentido de sus finanzas, al creer que no vale la pena hacerlo si tendrán pérdidas, cuando saben perfectamente que no tienen mano de obra al alcance que ocupe sus lugares. Es decir, si el Estado legalizara a los inmigrantes, los empleadores reaccionaría despidiendo a los trabajadores indocumentados, pero finalmente el mismo mercado les indicaría que no pueden prescindir de ellos, y tendrían que plegarse a la realidad.
La cuestión, entonces, es: ¿Por qué realmente las autoridades de Estados Unidos niegan esto? ¿Por qué evitan legalizar a los mexicanos? ¿Se trata de algo más que economía pública y finanzas empresariales?
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