La renuncia al papado, por parte
de Benedicto XVI, crea una situación única y como tal un nuevo paradigma al
interior de la poderosa Iglesia Católica: la posibilidad de que el Papado deje
de ser vitalicio y pueda someterse a designios tan humanos como el retiro por
asuntos de índole natural como la vejez.
Amén de que Benedicto XVI sufra
de una enfermedad terminal, como se ha especulado, el hecho de que haya
renunciado sin esperar a que lo eche la muerte, habla de sensatez y de
modernidad en una institución destacada a lo largo de los siglos por haber sido
insensata y necia en muchas cosas.
La modernización forzada por este pontífice, abre una nueva expectativa incluso social sobre la institución, que el Papa mismo no es más que un funcionario más en una estructura de poder.
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