miércoles, 5 de diciembre de 2012

El sueño recurrente

Llego como llegué, solitaria, asustada,
a la puerta de calle de madera encerada.

Abro la puerta y entro, silenciosa, entre alfombras.
Los muros y los muebles me asustan con sus sombras.

Subo los escalones de mármol amarillo,
con reflejos rosados. Penetro en un pasillo.

No hay nadie, pero hay alguien escondido en las puertas.
Las persianas oscuras están todas abiertas.

Los cielos rasos altos en el día parecen
un cielo con estrellas apagadas que crecen.

El recuerdo conserva una antigua retórica,
se eleva como un árbol o una columna dórica,

habitualmente duerme dentro de nuestros sueños
y somos en secreto sus exclusivos dueños.

Silvina Ocampo (1903-1994)




James Buchanan (1919-   ) unos de los principales expositores de la Teoría de la Elección Pública en economía


Breve síntesis de la Teoría de la Elección Pública de la Escuela de Virginia.

Durante los años ´60 y ´70 la crítica a la economía de mercado se volvió más incisiva y en ciertos aspectos, furibunda. Al mercado se le arrostraban los males sociales, la  pérdida de valores, la caída de la calidad de vida y, en suma, todo aquello que a los pensadores, opinadores, periodistas y ciertos grupos de académicos notaban como afectantes del orden social.

La premisa de los ´60 en todo el mundo, era que el fin del capitalismo no se acercara, sino que se hiciera posible. Las tesis en contra de todo tipo de ideología liberal o de libre intercambio, libre movimiento de factores, era moneda de cambio en momentos en los cuales aumentó enormemente la influencia del Estado en la Economía; resultando una curiosa coincidencia.

Lo fundamental del asunto, es que mientras más intervención tenga el Estado en la Economía, no importa quién lo diga, nos estamos refiriendo a que es más socialista y manipuladora. Para la época de los ´60, aunque en Inglaterra se hicieron esfuerzos para aumentar la inversión privada y dejar de aumentar el Gasto Público, la verdad es que la misma fuerza que cobró el gobierno después de la guerra, aceleró el crecimiento de su maquinaria.

Este crecimiento del Estado produjo una suerte de consolidación de intelectuales de Izquierda que comenzaron a hacer un discurso antiliberal más y más beligerante usando como excusa que era el libre mercado y el liberalismo económico el causante de los fallos constantes en la economía, con el resultado de sufrimiento social que conlleva eso. De esta forma casi entramos en una demonización tanto del clasicismo como del neoclasicismo económico, propugnándose la mayor intervención gubernamental en los asuntos económicos que dirimiera la desigualdad.

Sin embargo, un grupo de economistas con orientación en Ciencias Políticas, entre los años ´50 y ´70, comenzaron a contrarrestar esta visión y tesis no sólo por considerarlas ambiguas, sino mal intencionadas. Entre estos, destacó el denominado fundador de la Teoría de la Elección Pública, James Buchanan, quien por estos estudios y análisis fue premiado con el Premio Nóbel de Economía de 1986. Una de sus máximas, que representan mucho de su idea, es: “que el estado, de ninguna manera, es superior a sus ciudadanos en sabiduría”.

Buchanan, junto a otros economistas de la misma postura, como Gordon Tullock o incluso Kenneth Arrow, postulan que las crisis no tienen como culpable al mercado, ni al libre intercambio, ni al liberalismo, o cuando menos no es el único o el más importante, sino que es el mismo Estado es el facilita o si no produce completamente las crisis económicas con sus políticas y con su imposibilidad para gestionar tanto el mercado como los recursos públicos, afectando a los privados. Es decir, estos economistas, con Buchanan a la cabeza, expusieron algo que hasta entonces no se había expuesto como ellos lo hicieron: que los costos de la acción  pública, llevada por el Estado en representación de la sociedad, eran más altos y dañinos que lo que producía el libre mercado. La tesis que representaban era determinante: el Estado es un mal gestionador de recursos, por naturaleza. ¿Cómo argumentaban esto? Digamos que en cinco puntos.

Las cinco razones por las cuales el Estado es ineficiente como gestionador público de la economía. Los fallos del mercado provienen de esta intervención

1)  La ignorancia del votante sobre las acciones de gobierno o de sus políticos. Lo cual quiere decir que el votante nunca vota con conocimiento de causa; el votante no es un conocedor de la elección; a la mayoría incluso no le interesa saber en qué consiste el programa de gobierno del candidato a presidente; ni siquiera conoce la plataforma política, social o económica del partido. Los que trataran de informarse, terminarían rehusando hacerlo al razonar que su voto, es inútil aún siendo pensado correctamente, pues es un voto de millones de otros votos, por lo cual no cambiará nada si estudia o no estudia los programas, a los candidatos, se informa o se prepara. Esto conlleva a que los políticos, sabedores de esta debilidad del votante, se enfoquen a obtener su aceptación por medio de acciones que no tienen nada qué ver con lo importante para el país, sino que se basen en asuntos viscerales, superfluos, o sectarios. Y los votantes, a su vez, votaran or aquel que le caiga bien, que sea de su religión, que le parezca confiable o cualquier otro motivo, menos el importante para el bienestar de la nación.

2) La imposibilidad del cumplimiento de la promesa electoral. Es un factor que los políticos aprovechan siempre: prometer y no cumplir. ¿Por qué no cumplen? No cumplen porque nada finalmente, los termina obligando. De esta manera, al saber que no es necesario que lo hagan, lo único que ocasionan es generar expectativas sociales que no serán logradas. Lo que empeora el asunto es que el votante se desvincula de la acción del gobierno también, al votar no por temas determinados ni vitales, sino sólo por una figura, en este caso un candidato. Lo anterior sólo ocasiona que el político no se sienta ni responsable ni urgido ni obligado a hacer las cosas en provecho general, sino de acuerdo a como vayan saliendo las cosas. Y si se le reclama alguna propuesta incumplida, sólo dirá, por ejemplo, que los tiempos han cambiado. Por tanto, no hay relación entre las necesidades sociales y las pretensiones de quien tiene el poder.

3) La mentalidad o idiosincrasia del burócrata o funcionario en relación con sus funciones ideales. Esto lo que explica es que los funcionario públicos, no obran para cumplir con eficiencia y eficacia los requisitos de bienestar social administrando correctamente y ahorrando recursos. Al contrario: la burocracia tiende a crecer porque cada funcionario ve en ello más fuente de poder. De hecho al funcionario lo que le interesa es ascender, ganar más, tener poder sobre más empleados. Por su cabeza, no pasa realmente como lo plasman los discursos idealistas del oficialismo, el interés en el servicio público. Ellos igual quieren maximizar sus beneficios, y como no lo hacen en la esfera privada, lo harán en la esfera pública, con el resultado de derroche, mala administración y desajenación con su función ideal, aumentando el Gasto Público y dañando con el crecimiento del aparato estatal, al ahorro social.

4) El apoyo a grupos de poder o de interés, en detrimento de políticas integrales.  Práctica regular y conocida; el hecho de que cada grupo de poder apoye a un candidato para beneficiarse a corto plazo; y que este a su vez apoye a grupos en específico, no sólo corrompe el sistema democrático, sino que guía las expectativas de crecimiento en función de unos cuantos y no en función de necesidades que de concretarse ahorrarían dinero y capital humano, lo cual a su vez es más dinero mal aprovechado. Todo entonces conducirá a una segmentación de los logros, y a una beneficiación particularizada de objetivos, que no significan que sean concordantes con la realidad económica general de la nación, o bien que afecten la distribución de la riqueza. Esto puede verse en países oligárquicos como EE.UU.

5) El cortoplacismo político de los partidos o gobernantes. O bien, que el interés de los mismos es cumplir con objetivos de corto plazo, con acciones que a los ojos de los electores sean aceptables, que creen la falsa noción de que todo está siendo bien hecho, que está funcionando el voto; pero que en realidad son acciones sin fundamento futuro, muchas veces sin respaldo económico fuerte ni real, cuyo resultado será perjudicial para la población en general. Los políticos sólo están interesados en perpetuarse en los puestos de poder, y para ellos harán uso de ahorros públicos, e incluso privados, para financiar, acaparar o manipular cifras y datos que reflejen una realidad económica, política y social desbordante y próspera, pero que al fin y al cabo es sólo una montura parcial que tiene únicamente, la intención de generar el voto del ciudadano. 
La Batalla de El Álamo: una realidad que se niega a prosperar

Maldad, bondad, canallada, crueldad, heroísmo, mucha sangre y acción. Todo esto lo tiene cualquier batalla. Pero los norteamericanos hacen de todo hecho histórico una telenovela o una película de dramón italiano, para beneficio de su comercializada historia.

A los mexicanos la famosa Batalla de El Álamo nunca les ha interesado; ni a los que leen ni a los que no leen. A los que leen porque no es una batalla que se considere "patria"; y a los que no leen porque ni siquiera las importan las que sí lo han sido.

A los norteamericanos, en cambio, les interesa hasta lo más profundo, hasta sacarle el caldo. Primero, porque el norteamericano es un pueblo con una historia muy pobre y muy corta, y la mayor parte de la misma ha tenido relación con atropellos, arrebatos territoriales, invasiones y oportunismos. Y por ende, enriquecer un poco de correcta moralidad sus textos no les vendrá nunca mal.

El Álamo es para los texanos, lo que la Batalla de Puebla para los mexicanos; y para los norteamericanos en común  es un símbolo de igualdad, justicia y libertad. ¿Dónde hemos escuchado antes estas palabras? Claro, en todas partes de la TV, cinematografía e historiografía de Estados Unidos.

Pero la verdad es que fue una batalla corta, peleada con mucha torpeza por los texanos y abuso de fuerza por los mexicanos. La batalla en sí no es muestra de ninguna pieza de inteligencia militar ni excesivo heroísmo o fragor; fue más que nada el sitio impuesto a entre 180 y 210 rebeldes de un régimen, por un ejército acaudillado por el líder de ese régimen; fuerza que llegó mal comida, medianamente armada y muy cansada a pelear a un desierto que mataba de frío. Eso sí: eran muchos más que los sitiados. Antonio López de Santa Anna se presentó a ajusticiar a los culpables y seguidores de la independencia texana, a San Antonio de Béjar, con alrededor de 6 000 hombres entre tropa regular, artillería y caballería.

La batalla final ocurrió el 6 de marzo de 1836. Y decimos final porque los defensores del fuerte de El Álamo (que en realidad fue convertido en fuerte a las prisas) mantuvieron una lucha casa a casa desde Béjar hasta entrar finalmente al fortín para "morir peleando", como dice la leyenda. Cosa que tampoco es del todo cierta. Realmente los defensores esperaban una importante ayuda del ejército de voluntarios y regulares de Samuel Houston, para así rechazar a los mexicanos. Cosa que no sucedió.

Lo que sí sucedió es que la temprana mañana, aún oscura, del 6 de marzo de ese año, los mexicanos asaltaron las posiciones texanas con ataques combinados de artillería y caballería en soporte a las columnas de tropas de fusilería y regulares que en menos de dos horas habían acabado hasta el silencio de los grillos, con los defensores de la pequeña fortaleza.

La fuerza empleada para el desalojo ha sido cuestionada continuamente por los libros de historia, mayormente norteamericanos. Faltaba más. Cruel y bárbara, dicen por lo general los textos. La verdad es que no fue diferente a la que se ha usado en las demás batallas de la historia humana. La única acción que diferencia este evento, según los "indignados" norteamericanos, es que Santa Anna ordenó explícitamente que no deseaba prisioneros. Por cual los únicos sobrevivientes (nunca se han puesto de acuerdo en cuántos fueron, si dos o más), que se encerraron en la capilla -hoy museo y símbolo de la ciudad de San Antonio-, fueron degollados. No fueron fusilados. Fueron degollados. Esta es la acción que los norteamericanos no perdonan a Santa Anna; como si se tratara de una cuestión impensable.

¿Qué tan desnaturalizada fue la orden de Antonio López de Santa Anna, de ordenar el degüello de los sobrevivientes que resultaran del enfrentamiento? Ellos no lo sabían; pero el gobierno mexicano había enviado a Washington una nota de alto enojo contenido en la cual advertía que habiendo evidencia que mercenarios y oportunistas de EE.UU. se hallaban en San Antonio y El Álamo, la orden al ejército nacional mexicano era de victimarlos sumariamente así como a aquellos mexicanos que fueran hallados peleando con ellos.

¿Hay algo de raro en esta amenaza? ¿Hay algo que deba juzgarse como acto bárbaro y brutal? Si habría que juzgarse a alguien, debería ser a los comandantes de Texas, quienes estaban enterados de esto antes de que Santa Anna llegara a San Antonio a librar el combate, y que no se lo dijeran a sus hombres. Los defensores de El Álamo ignoraban dos cosas: que había órdenes de no dejar sobrevivientes y que el ejército de Houston no tenía pensado intervenir. Quizá si lo hubieran sabido, la batalla no habría ocurrido. Pero es justamente en crear mártires que se especializan las naciones como Estados Unidos. La publicidad se vende mejor con drama y rencor que con ninguna otra cosa.

El ejército mexicano aplastó a los defensores de El Álamo. Claro que se defendieron; hubo mucha sangre, muchos gritos de dolor, desesperación; muchos de odio y también de valentía, claro que los hubo. También algunos defensores trataron de escapar al ver que la caída de la posición era inminente; pero fueron masacrados por las tropas de lanceros y dragones mexicanos que se hallaban afuera de la edificación. No hubo piedad. Cierto. Y todos sabían que no la habría porque, revisemos, dentro de El Álamo el 90% de los defensores eran colonos norteamericanos que habían jurado por la constitución mexicana y la bandera mexicanas; es decir, se habían nacionalizado un poco antes; el otro 10% eran algunos mexicanos y mercenarios norteamericanos. En resumen, había prácticamente puros extranjeros y unos cuantos mexicanos que para esas alturas eran considerados ya traidores por el Estado mexicano, al servir como soldados a una nación extranjera (en este caso, al 90% de tropas extranjeras de facto, que se encontraban alineadas a los EE.UU.). Sumariamente, aquellos que sobrevivieran iban a ser ejecutados, o por traidores o por "piratas". Ambas situaciones eran legalmente de cruel pronóstico. Pronóstico que fue advertido por el gobierno mexicano al gobierno norteamericano con antelación a los cruentos hechos. ¿En dónde está la bajeza cometida por los mexicanos?

Los comandantes dentro de El Álamo tuvieron una participación tan irregular, que es motivo de controversia. Tanto William Travis, como James Bowie como David Crockett no han recibido jamás el 100% de verdades o mentiras de los investigadores. Esto quizá se deba a algo que a los norteamericanos no les agrada ni tantito: que los únicos documentos que sirven como base para saber qué pasó realmente fueron realizados por los mexicanos. Eso es de esperarse, los únicos sobrevivientes fueron mexicanos; y de ellos los únicos que sabían leer y escribir eran a lo sumo oficiales del ejército vencedor. Todas las crónicas provienen, porque sólo así puede ser, de mexicanos. Como es natural, hay cosas que se exponen en esos textos, que no le conviene a los texanos, o bien, a los Estados Unidos, que sean conocidas en su justa realidad o dimensión. Tal vez la dimensión tampoco sea correcta; pero de que se acerca más a los hechos como fueron, es innegable. 

Esta apropiación de la historia de El Álamo por los mexicanos, ha hecho que los EE.UU. indagaran sus propios rastros. Y de esta historia a la texana salieron los mitos de Crockett, Travis y Bowie. Y las historias de cine que han llegado a las pantallas de México como una curiosidad irónica de la misma historia: norteamericanos engañando a los mexicanos con su visión de la historia misma sobre un hecho de su misma historia; y que a final de cuentas los mexicanos no entienden, para desazón de los intentos extranjeros. Tremendo.

Pero no tanto como los acontecimientos internos del fortín cuando cayó en manos de Santa Anna. Porque ni siquiera se trató de un tema de defensa hasta el último hombre en medio de gallardía y coraje. El Álamo cayó por la simple razón que los mexicanos tuvieron una ventaja antes de la batalla, y varias durante ella: primero, su artillería era superior en número y calidad; segundo, dos partes de la fortaleza estaban mediocremente preparadas para la defensa; tercero, parte de los defensores estaban enfermos, otra parte no tenía experiencia en batalla, y finalmente el fuerte en sí no estaba diseñado para un asalto a plomo y fuego del calibre que se les vino encima. Algo que no pudo ver James Bowie, a quien la "crónica santa" de Estados Unidos retrata como a quien enbayonetan varios soldados enemigos mientras él se defiende con firmeza. A menos que hayan sacado el cadáver de Bowie del depósito donde estaba, no hay otra explicación a que lo mataran a bayoneta limpia, pues había muerto poco antes del asalto mexicano.

La suerte de Crockett es asunto de escándalo de niveles religiosos, ya que es una reliquia moral y civil para los estadounidenses "amantes de la libertad". Ciertamente hay varias versiones de la muerte de Crockett, quien deben saber era una persona interesada por asuntos de empresa personal, financiera y política, en que Texas se liberara de México.¿Cómo terminó sitiado en El Álamo? No se sabe con exactitud. Pero sí se ha tratado de inquirir cómo falleció: ¿fue fusilado? ¿degollado? ¿murió en el curso de la batalla? ¿estalló el polvorín con él dentro? Nadie se ha puesto de acuerdo. Pero mucho menos los norteamericanos. Algunos mexicanos han insistido en que fue capturado, y ejecutado sumariamente con cinco hombres más. Unos añaden que rogó por su vida; otros, que ni siquiera le dieron tiempo de eso. Esto, es impensable para los norteamericanos, que han hecho de su leyenda una  fantasía versión aventura bélica. En realidad poco se sabe de Crockett al final de la batalla. Ninguna relación sobre su caída es fiable. Pero sí que Travis fue de los primeros en caer, merced de una descarga en el rostro. Sea como sea, todos los cadáveres de los rebeldes de El Álamo fueron incinerados, como sombrío testimonio de lo inaceptable que resultaba ser no sólo un traidor sino un oportunista y un desagradecido.
¿Los concursos de poesía son fiables en su calificación?
  • Artículo motivado por un capítulo de Suburgatory titulado "Poetic Injustice".


Partamos de lo justo: nada que se relacione con la subjetividad es 100% fiable, y por tanto tampoco los ganadores de certámenes y eventos de cualquier naturaleza relacionada con obras de este tipo de contenidos, lo son. O bien, desde el punto de vista de la muletilla "nunca gana el mejor"; pero por otro lado gana "legalmente".

En uno de los capítulos de Suburgatory, la protagonista queda maravillada por su profesora de poesía. Considerando que lo que escribe personalmente le va a parecer genial, se mimetiza como ella un poco para terminar de agradarle, y con esto cerrar un círculo virtuoso en el cual habría una justa recompensa.

La profesora, sin embargo, se termina sintiendo atraída y convencida por la alumna más nefasta desde el punto de vista sensible: la más baja de inteligencia emocional, la más vacía, vana y estúpida de todas. De hecho su poesía es de una muy mala calidad y sin ningún sentido que pudiera darle, como mínimo, la valoración de inteligente.

En pocas palabras, la profesora, que es la dueña del discurso, en este caso, poético, transfiere el poder que le da su posición a alguien a quien considera digno de él. No habiendo, por su supuesto, más nexo de justicia artístico que la arbitrariedad de quien califica.

De esta manera funciona en los concursos poéticos y en otros certámenes. Ganar un concurso de poesía es más una cuestión de azar o de arbitrariedad, que de justicia. Gran parte de los premios son otorgados por un grupo de personas que ya se conocen entre sí, que tienen gustos similares, y que ya saben qué van a premiar, lo que nos conduce a que existe una abierta predisposición a obras que cumplan con "sus parámetros" emocionales. Es un asunto de creyentes más que de valoración de textos y contenidos. El juez, dueño del discurso, no da el triunfo al mejor, sino a aquel poeta que cumpla con "sus gustos" en el momento en que esos gustos están actuando sobre su emoción. Una emoción con la que califican tan subjetivamente, que jamás jamás jamás, gana el mejor.

Lo que agrava la situación es cómo varios poetas ganan concursos seguido, y algunos hasta en el mismo año o período de tiempo. Muchos son constantemente premiados. ¿Tan buenos son?  Esto es, ¿tanto genio tienen encima, que los demás poetas son inferiores constantemente como para no ganar nada? No creo. Esto es justamente lo que hace que los premios de poesía, y otros de carácter subjetivo, sean vistos con sospecha, con desconfianza o, en resumen, sin seriedad. Es imposible que siendo la poesía tan subjetiva, como hemos visto a lo largo de nuestra vida, ganen siempre los mismos; retomemos el caso de la protagonistas de Suburgatory: estaba convencida de que su poesía era de suficiente calidad como para ser reconocida. Pero su maestra prefirió una obra burda, ñata, barata, vacía y de un insultante minimalismo reducido a la ilógica de la imagen. ¿Cómo funcionan entonces las valoraciones en los concursos poéticos? ¿Cómo puede un poeta premiado en un certamen ganar otro? La respuesta es doblemente desalentadora para aquellos que piensen que pueden ganar un premio: primero, que les adivinen la mente a los jueces; y que se las sigan adivinando unos cuantos meses. Algo que considero poco alcanzable (cuando menos en este siglo), y segundo, que sea un fraude; un arreglo de amigos, un "premio" al gremio, o bien una manera en la que mantienen el poder y el control de la actividad a la manera que lo hacían los gremios del siglo XVII. Suena malicioso. Y lo es.

La mayor parte de los poetas saben que ganar un concurso importante, es tan difícil como ganar la lotería - porque no deja de ser una cuestión de vastedad azarosa- que mejor publican su obra con dinero propio. Así se hizo siempre, así lo han hecho desde antes. Gran parte de los premios famosos, que usan nombres de poetas famosos, son de hombres que publicaron sus obras con dinero propio o ayudados por amigos o familiares. 

Más adelante los mecenas se convirtieron en partícipes de la mafia del discurso poético y de mecenas pasaron a compadres y financistas, y a compartir las decisiones "gremiales" de la cumbre del género. Por eso, lo mejor que puede hacer quien tenga una obra propia, es pagársela él mismo o acudir editorial a editorial hasta que alguna, si los dueños del discurso acceden, se la publique. En un caso u otro, deberá distribuir beneficios; obviamente en el segundo caso serán mayores los que se otorguen al "socio".

Los concursos de poesía no son fiables. Ni siquiera son fiables lo de ciencias exactas; por la misma razón que no son fiables los humanísticos: por la continua característica humana a ser egoísta y controladora. Muchos grandes científicos han sido apartados del reconocimiento, merecido y digno, por asuntos que no tienen relación alguna con la ciencia ni con el beneficio común; simplemente los dueños del discurso no lo consideraron adecuado y por arte de magia una contribución válida se convirtió en polvo. Hay varios ejemplos en la historia.

La subjetividad de quien valora, es un asunto muy importante para calificar acciones y contenidos artísticos. No vale la pena ni discutirlo. El problema es que toda subjetividad depende del alma de quien califica, de su historia sensible, de sus creencias, valores, gustos, acercamientos morales, imágenes, desagrados, fobias, y un sinnúmero de archivos inmateriales; y por ende de algo muy importante: de sus vicios e infortunios; de sus objetivos y ambiciones; de sus aciertos y virtudes. ¿Más azaroso que esto, para calificar el trabajo de otros, qué puede ser?

No, una obra poética, a menos que sea mala desde la primera página (algo que instantáneamente se nota al leer poesía), no puede ser calificada con como un examen de ideas ni de contenidos analíticos. No puede ser calificada como si nada, como una prueba de acierto y error. No es válido hacerlo. Pero en cambio,  lo que sucede, es que la obra poética es calificada por personas que la van a valorar por lo que ellas desean, quieren, ocultan, aceptan, niegan, gustan, rechazan o simplemente porque amanecieron de buenas o pensando en Machado, Huidobro, Pizarnik o James Joyce. Jamás la van a calificar en franca totalidad de nada. Va a ganar la que a su gusto, que puede ser pobre o rico, "los convenciera", o bien, por ser su autor un amigo, compadre o recomendado del "gremio" o sistema. Lo demás, lo que cuenten los libros, periódicos o funcionarios y poetas del jurado, es mito y falsedad.

Si tienes una obra poética, o una obra científica, un libro, una novela, un ensayo o conjunto de estos, no pierdas el tiempo: hazte de dinero, consíguelo. Busca una casa editora seria o independientes, y publíca. Ni líos ni estrés.


Escena de la serie Suburgatory, en ella puedes escuchar el "poema" que la creadora (de pie) da a la clase, y que la maestra celebra como muestra de "verdad" poética, valorándolo a partir de su apropiación del discurso, como una guía a seguir por los demás. En ese momento, la profesora lo que hace es estar validando "su gusto y sus juicios de valor" a través de la acción de otros, extendiendo por tanto la línea del discurso y su control.